Contaminación Acústica Aumenta el Riesgo de Estrés en los Niños
Cuando se habla de estrés, normalmente se piensa en adultos sobrecargados de trabajo, profesionales en ascenso y de vida agitada en la ciudad. Difícilmente se relaciona con niños que ni siquiera han entrado en la vida escolar. Pero la realidad es distinta: cada vez son más frecuentes los niños que presentan los síntomas propios del estrés.
Según el psiquiatra infanto-juvenil de Clínica Santa María, doctor Daniel Correa, lo que sucede a los niños es muy parecido a lo que le ocurre a los adultos, pero como ellos son individuos en evolución, en cambio constante, el marco en que se dan las cosas es distinto al del adulto, por lo que se debe tener en cuenta diversas variables.
En ambos casos, se trata de una reacción defensiva del organismo frente a una situación que supera su capacidad de adaptación, fenómeno probablemente perceptivo que surge de la comparación entre las demandas que el ambiente proyecta sobre las personas y la habilidad o capacidad de éstas para cumplirlas. Ante este desequilibrio, se produce una sobreactividad del organismo que tiene como finalidad recuperar el estado normal. Si la situación que provoca esta reacción compensatoria no desaparece, se produce el agotamiento del organismo, lo cual afecta el funcionamiento físico y psíquico de la persona.
El ruido y la contaminación acústica son algunos de los factores que pueden provocar situaciones de estrés en los niños. El doctor Daniel Correa señala que este elemento no ha sido considerado en su real magnitud y se ha subvalorado su efecto sobre la salud psíquica.
El ruido y la polución, distintos del trauma acústico que se da en el ambiente laboral, se inicia en la familia, donde la gente se comunica no a través del lenguaje hablado, sino a través de gritos: la mamá grita cuando manda al niño a alguna cosa; los padres discuten en voz alta, la televisión se pone a todo volumen, al igual que la radio.
Asimismo, el ruido de fondo en la ciudad es más alto que lo permitido fisiológica y legalmente, e incluso hay ocasiones en las que el niño va a colegios ubicados en zonas ruidosas, el riesgo de sufrir estrés y trastornos psicológicos aumenta.
La experiencia del estrés es absolutamente personal e individual y de naturaleza marcadamente psicológica y emocional. Por lo tanto, podría haber agentes que provocan estrés en algunos y no en otros. En un niño, esto tiene que ver con diversos elementos, como la edad evolutiva, el desarrollo de la estructura de personalidad, la naturaleza del elemento estresor, el apoyo que entreguen los padres para enfrentar la situación y la valoración que haga la sociedad de lo que vive el niño.
Así, el pequeño responderá de acuerdo con todas estas variables con síntomas que pueden ir desde irritabilidad, falta de atención y concentración, disminución de la memoria inmediata, ansiedad, fatiga, miedo, pánico, tristeza y en algunos casos, podrían manifestarse hasta síntomas depresivos. También se puede derivar a lo fisiológico, con dolores de cabeza, trastornos digestivos (gastritis, úlceras, colon irritable), problemas dermatológicos. alteraciones del sueño, dismenorrea, amenorrea, adolecen de trastornos del tránsito intestinal, desánimo y ansiedad.
Entre los estresores hay algunos que son bastante importantes para un niño. La muerte de un ser querido, el embarazo no deseado en adolescentes, una enfermedad prolongada o crónica que pueda llevar a algún tipo de incapacidad, la separación de los padres, desempleo o reclusión de alguno de ellos, el abandono o su sensación.
«También son importantes los conflictos familiares y dentro de éstos, las agresiones físicas, psíquicas y sociales», señala el doctor Correa. Es física cuando el niño es agredido por sus padres que abusan del castigo; psíquica cuando son ofendidos o el medio les baja la autoestima y autoimagen; los padres que son tremendamente restrictivos o descalificadores y constantemente le están diciendo al niño «tu no sirves para nada», o hacen comparaciones entre hermanos. La agresión social se refiere a los medios de comunicación, publicidad o sobreexposición a una carga informativa negativa», indica.
Existen otros estresores menos estudiados pero que cuando se hacen crónicos, causan problemas. Es el caso de la pobreza y el hacinamiento. También hay los provocados por el ambiente natural: terremotos, inundaciones, desastres naturales que son incontrolables, de alto riesgo en la salud y con un desajuste profundo. Todos están involucrados, el niño ve y se siente en la mayor indefensión, porque en realidad lo está, él al igual que los que lo apoyan.
Según el profesional, una manera de prevenir los efectos de algunos de estos estresores en los niños es que los adultos asuman su responsabilidad; por ejemplo, disminuyendo la contaminación acústica, tanto en la calle como en el hogar, para proporcionarles una mejor calidad de vida y un ambiente más grato para su desarrollo psicosocial. Evitar los gritos, los bocinazos o los ruidos molestos pueden ser una simple, pero a la larga, eficiente manera de hacer más felices a nuestros niños.